Contaba hace unos días David Fernández, el director de la escuela de pilotos Aeroflota del Noroeste (AFN), con base en el aeropuerto de Alvedro, que uno de los motivos que lo empujaron a dar el paso de crear el centro, junto con su hermano y socio, fue la necesidad de volar sobre su tierra, y disfrutar además de un paisaje de los que se ven en pocos sitios. No hablaba por hablar, porque antes de establecerse ya había comandado muchos aviones por medio mundo.
Esa es la sensación que se tiene al sobrevolar una parte importante de la Costa da Morte en uno de sus aviones, un bimotor Piper Seminole cuyos mandos ya cogen los aviadores en su última fase de instrucción. La altura media, en torno a 1.300 metros, y la velocidad de crucero, sobre 250 kilómetros por hora, permite disfrutar mucho mejor del territorio comarcal. Pero también hace posible chequear el estado de algunas zonas que, de otro modo, es imposible comprobar en toda su extensión, como las huellas de las canteras o de las minas abandonadas como Monte Neme; el impacto visual (y el adelanto en infraestructuras) que supone la autovía de la Costa da Morte (desde alguna óptica parece que va a dar al mar), o lo avanzadas que están ya las obras de la nave logística de Inditex en A Laracha.
Desde el aire también se radiografía el estado del polígono de Bértoa, cada vez más cubierto de naves, y llamativamente cercano tanto al mar como al casco urbano de Carballo, aunque no haya aún una carretera que los conecte directamente.En estos aviones, los pilotos (muchos de la zona, y bastantes más que ya acabaron) también descubren la huella urbanística en determinadas localidades que han crecido encima o al lado del mar; las siluetas de Vilán o Touriñán, los múltiples asentamientos desperdigados en cada rincón, las grandes plantaciones de eucaliptos, los arenales kilométricos y las calas escondidas, y los acantilados blancos de tanto que baten en ellos las olas. Toda una experiencia.